El vocabulario de la última semana había sido astronomía, mirada, universo, telescopio, reflejar, entre otros. Era hora de seguir adelante, pero mi alumno necesitaba una clase más de repaso, el último golpe del martillo en el clavo. Durante todo el fin de semana, mi cerebro se entrelazó con diversos temas relacionados con la vida y la agitación general del mundo pero, de algún modo, siempre volvía una y otra vez a mi clase del lunes; ¿cómo puedo hacer que estas palabras sean interesantes para que Félix, de diez años, las recuerde? Llegó el lunes y, mientras salía a correr por la mañana, me ocurrió la idea: ¡hacer pintura de salpicaduras! Podríamos crear un universo, poner nombre a las estrellas y constelaciones, y crear historias que coincidieran con las mini constelaciones que creamos en nuestro papel.
Félix estaba en su salsa rociando pintura blanca por todo el papel color azul marino de nuestro universo, con el único problema de que el papel era demasiado pequeño. Nos lo pasamos de maravilla cubriendo el papel con estrellas grandes y pequeñas. Después, como los pueblos de antaño, creamos imágenes e historias a partir de las diferentes formas que encontrábamos. Los apuntes finales de la narración de El Conejo fueron los siguientes:
